Un hombre solo I
“la morte é’l fin d’una prigione
oscura”
Michelagnolo
Un hombre solo se levantó de
su cama al atardecer de su último
día. Fue al baño y orinó como siempre,
mirando a su pene arrugado por la falta de amor. Entró en la cocina donde preparó algo sencillo para él y
una oblación para una cierta diosa pagana la cual tenía fama de procurar
compañía. Él sabía que la vieja litografía de la diosa era algo estúpido, pero su madre le había dicho que ayudaba un
poco pensar que la diosa concedía alguna felicidad.
El hombre terminó su cena en la
pequeña mesa que estaba frente a la única ventana de su apartamento. El cielo
de aquella tarde empezó a cambiar su colorido y una ventana se abrió sobre la primera nube en el horizonte. El
hombre trato de calcular el tamaño de la ventana, cuando, más allá de las
nubes, vio un una pared de metal que reflejaba la imagen de una estatua rosada
como las prostitutas que él solía visitar. El hombre pudo ver como la belleza
de aquella imagen se deslizaba por su cuerpo hasta que ahogaba su garganta.
El hombre sintió que la liquidez de
su alma salía por su boca hasta que sólo
quedo una mancha húmeda en el piso de su cuarto.
Los ríos de Babilonia
“Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos
y llorábamos al acordarnos de Sión.”
Salmo 137
Dos seres alados llegaron al rio de
Babilonia donde nadan los peces de oro y los esclavos, venidos de tierras muy
lejanas, lavan sus heridas y las vacas de sus señores.
¿Por qué no cantan y tocan las cítaras los hijos de mi
Señor? – Preguntaron los seres alados.
Estamos en tierras extranjeras;
nuestros cuerpos heridos y nuestros oídos
llenos de las palabras de los verdugos.
¿Cómo podemos cantar al Señor si el sufrimiento hace olvidar las
palabras de los cánticos?
Los seres alados miraron hacia las
nubes por un instante y empezaron a recorrer la orilla del río hasta que
encontraron un grupo de niños babilónicos. Los seres desplegaron sus alas y
alcanzaron a los niños que fueron lanzando contra las rocas del rio hasta que sus
cabezas rodaron en el fango de las orillas.
Aquel día los peces de oro comieron
los pedazos de carne dispersos en el río
y los hijos del Señor cantaron los cánticos de la ciudad de sus padres con sus
corazones llenos de gozo.
Muy fuertes los dos...Ese de los babilonitos despedazados me impresionó mucho. El otro, excelente también.
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