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Esteban Luis
Cárdenas, Patakí
Carlos Velazco
Sobran las leyendas de Esteban Luis Cárdenas una vez que llegara a La
Habana procedente de Ciego de Avila en 1963, con dieciocho años, para estudiar
en la Universidad. Una de ellas es la de su expulsión de la carrera de Historia
tres cursos más tarde, por manifestar ideas en aquel momento interpretadas de
“antisoviéticas”. Otra es la de su etapa de servicio militar, cuando al
terminar la preparatoria, se negó a jurar la bandera apoyándose en la frase de
Marx “los proletarios no tenemos patria”. También está la de su perdido libro
de cuentos Juego de diversos,
finalista en 1975 del concurso “Luis Felipe Rodríguez” de la UNEAC –por la
época en que su autor trabajaba en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional- que
jamás llegó a publicarse, y la asiduidad a la célebre Tertulia de la Funeraria
en el parquecito de Calzada y K, durante esos años que definió “de esguinces
literarios” en su poema Década oscura,
y que conseguían preservar para la cultura cubana la autenticidad propia de los
jóvenes.
Inadaptado a cualquier tipo de convención, con su rebeldía Esteban Luis
Cárdenas buscaba ese desarraigo que le permitiese preservar un espacio personal
frente a una realidad que atentaba contra el yo. En su poema Balada del cazador, de 1975, decía: “has
escapado a los más veloces arcos,/ ya has cumplido tu rol”; y a propósito de su
relación por esa fecha con una becada extranjera (la cual recordaría siempre
como una historia triste) escribía en 1979 Subjetivación,
dedicado “a Marta, la eslovaca”: “Aquí fue un sueño;/ al borde del océano,
entre los pinos,/ en algún cuarto viejo, sin lámparas, ni muebles,/ solo con
alma y lecho…”
Casi ignorado es que poco antes de su peculiar intento de salida de Cuba en
1978 (al punto de ser recogido por Reinaldo Arenas en Antes que anochezca), Cárdenas, acompañado de su hermano Diosdado y
de su amigo Jacinto Muñiz, había acudido a pedir el consejo de un babalawo. A Esteban Luis Cárdenas
Junquera lo dominaba una obsesión: irse. Uno de sus alocados proyectos, quizás
verosímil para él, consistía en inflar muchos condones y conformar así un globo
aerostático que lo levantase en peso. Desde meses antes, junto a un conocido de
apellido Colás, había tratado de vender algunas pertenencias –entre ellas, en
cincuenta pesos, un libro difícil de conseguir entonces: Ulyses- para dejar algo de dinero al la madre de su pequeña hija
Addis Annia, aunque no es improbable que haya pensado salir con una modesta
suma del país. Después de escucharlo, el babalawo
solo le advirtió: “Si te vas, serás Osain”.
La “solicitud” de asilo político de Esteban Luis Cárdenas consistió en
saltar del balcón de un tercer o cuarto piso de un edificio colindante con la
embajada argentina. Alcanzó el suelo con varias fracturas en el cuerpo y los
tobillos destrozados, lesiones de las que nunca se recuperaría. Devuelto por el
personal de la embajada a las autoridades cubanas, debió ser llevado
inmediatamente al hospital Calixto García para su ingreso. Osain es el orisha mayor de un solo brazo y una sola pierna…
Condenado a quince años de prisión, su caso sería incluido dentro de un plan de
indultos a fines de 1979, por lo que saldría de Cuba en enero de 1980.
Suele decirse que en Miami Esteban Luis Cárdenas padeció la pobreza, pero
el término más preciso para él seria “miseria”, sumado a dos accidentes de
tránsito, uno a inicios de la década del ochenta y otro a comienzos de los
noventa, que afectaron aún más su capacidad de movimiento y le provocaron
serios problemas de la vista. Osain es el
orisha mayor de un solo brazo y una sola pierna, un solo ojo y una oreja chica
y otra grande.
Aunque en Cuba había sido leído entre sus amigos más por sus cuentos que
por sus poemas, a partir d su llegad a Estados Unidos, y más específicamente,
tras la publicación en 1993 de su primer libro: Cantos del centinela, Esteban Luis Cárdenas será identificado como
poeta. “Una poesía –a decir de Reinaldo García Ramos- de la existencia; que le
interesa reflejar lo que trasciende en esa vida diaria: resumir, sintetizar”.
Su segundo poemario: Ciudad mágica,
aparecería en 1997 en las Editions Deleatur de Ramón Alejandro, ilustrado con
dibujos del pintor. Fue un ejemplar de este volumen el que hizo llegar a su
hija Addis Annia con la dedicatoria: “Espero que te gusten estos versos, aunque
según muchos, los de mi primer libro son mejores”. A punto de cumplir los
veinticinco años, Addis Annia le había escrito por primera vez a un padre con
el cual nunca había tenido contacto. En la primera respuesta del 12 de
noviembre de 2000, este le confesaba: “Muchacha, tu carta, aunque hace más
compleja mi enredada existencia, me alegró…”
La segunda sección “Ciudad mágica” da título al libro, y aquí el
calificativo adquiere otras connotaciones, pues desde el poema Flash, la ciudad es más “mágica”
precisamente por lo que tiene de “afilada”, o sea, de cortante. Al igual que Osain salió de la tierra como la hierba,
la poesía de Esteban Luis Cárdenas surge de su existencia cotidiana al límite
en el bajo mundo miamense que refiere en Barrio:
“Barrio/ de estibadores, de drogadictos y noctámbulos,/ Se ven jardines
apretados. Barcos/El olor activo y resinoso del río;/ Figuras esbeltas,
misterios”. Se trata de poemas por momentos narrativos, en los que deja
constancia, como en La luz de los pájaros,
del desarraigo condicionado por el exilio: “Todo origen de las corrientes:
cadáveres y/ sobrevivientes,/ ruinas del Golfo (memorias);/ como una invocación
a la paz de los dioses,/ que entre el amor y el sueño,/ nos alejan”. Su
introspección le permite la revelación del apocalipsis de una ciudad de
“consignas, ferias y negocios” que insiste en transfigurar, a pesar de que como
en Visitaciones del Atico y los espejos,
esta no lo escucha: “Quien hilvana novelas o frescos,/ donde las escenas brotan
para brindar/ una explicación (otro secreto),/ no podrá establecer la cifra en
su sentido/ ni recibirá los brillos de las puertas”.
Esteban Luis Cárdenas volverá a su género inicial con Un café exquisito en 2001. Su “Introito”: “Un papel blanco para
dibujar/ historias sin sentido –tal vez-/ o con el equilibrio del resto/ de los
significados”, ayuda a comprender el volumen como un puzzle en el cada una de las partes, ya sean los cuentos o los
poemas y las tres “Escenas” alternas, prevalece una conciencia del acto de
escritura.
Las “escenas” no son más que la incidencia de la Ciudad Mágica en la
imaginación, por ello la mujer enloquecida pregunta a gritos hacia cualquier
parte: “¿No hay nadie?”, mientras a su alrededor caen los edificios de una urbe
“intacta, en su derrumbe”. Las tres narraciones de “El General Marbas y El
Escriba” adelantos de una novela nunca terminada permanecen inscritas en una
tradición orwelliana y recogen los episodios de Sebastián del Cueto, sempiterno
acompañante del caudillo. En “Sortilegio”, El Escriba es conducido por Marbas
en una ensoñación pesadillesca, y en “Las uñas de Satanás”, conocemos que Del
Cueto ha recibido el encargo de hacer una historia oficial, pero que en las
madrugadas adelanta otra más personal y sincera, esa que según podemos deducir,
estamos leyendo. Los relatos “Brtevedad del poeta antes de morir” y “Parábola”
vuelven a la temática de la épica revolucionaria, pero desde un punto de vista
inverso al asumido en la década del sesenta por Jesús Díaz, Norberto Fuentes y
Eduardo Heras León. Respecto a los cuentos ubicados en el escenario underground de Miami: “Un café
exquisito” fue adaptado al cine por el director Jorge Egusquiza; mientras “Alta
Frecuencia” quizás sea el que más trasciende el testimonio de las vivencias del
autor en las zonas “donde se mueve la droga entre desamparados, indios de la
otra América, pordioseros, negociantes inescrupulosos y muchos tiradores de crack aunque, claro, más viciosos y
fumadores que vendedores y también, por supuesto, autos de policías, soplones…”
En medio de personajes como la prostituta puertorriqueña Verónica y su amiga,
la ejecutiva Lucila, habituados a buscar piedras
por la calle Flagler o a lidiar con cadáveres que hay que hacer desaparecer,
Angelo, el marielito que trabaja como guardia en un cementerio, es un
inadaptado: “aquí todo es dinero, egoísmo y falsedad. Esto es una mascarada y,
aunque, a veces, uno pueda refugiarse en la soledad, eso, la soledad, es una
cosa que va hiriendo en las entrañas…” dice. Por tal singularidad, su aspecto
desagrada al expendedor El Brujo. No por gusto se le describe como “salido de
otra parte” y termina sintiéndose mejor entre los muertos.
Como una tarde “mágica” recordaría siempre Esteban Luis Cárdenas su último
encuentro con Reinaldo Arenas a fines de los ochenta. Carlos Victoria, Reinaldo
y él se habían citado en un restaurante especializado en comida cubana, y
durante la reunión que tuvo como epílogo la lectura junto al mar de uno de los
capítulos de La travesía secreta de
Victoria, sus dos amigos se complotaron en una trama que convenciera a Cárdenas de la falsedad de los rumores del
sida padecido por Arenas. Arenas y Victoria en realidad no hicieron más que
crear una fabulación dentro de la realidad, que como se entiende al revisar sus
biografías, será el único terreno donde los tres escritores encontrarían
siempre una tregua para adueñarse de sus destinos.
Cárdenas fue también uno de los poquísimos amigos cercanos al novelista
Guillermo Rosales en Miami, hasta el suicidio de este en 1993. A esa profunda
fidelidad que debía esquivar todos los continuos obstáculos levantados por una
personalidad irascible, correspondió Rosales eternizándolo en su literatura.
Son el negro Cárdenas y Charles Victoria (inspirado, como es obvio, en Carlos
Victoria los personajes que al inicio del cuento “Nadie es una isla” ven
malogrado su desayuno en el lijoso restaurante de la Esquina de Tejas ante el
espectáculo de un mendigo que se da bofetadas a si mismo. La propensión de
ambos a sensibilizarse con el lado ingrato del ambiente miamense radica en que
figuras como ese individuo enloquecido constituyen el reflejo de su propia
condición.
Igual de loosers son el Willian
Figueras de la novela Boarding Home y
su amigo El Negro, cuyas visitas cada una o dos semanas al infernal asilo son
el único nexo del protagonista con la sociedad. Solo en esos momentos Figueras
vuelve a ser un escritor: El Negro le lleva El
tiempo de los asesinos de Henry Miller, un ejemplar de la revista Mariel, le comenta de la reciente muerte
de Truman Capote y ambos sueñan con recorrer el barrio gótico de Barcelona,
apreciar los originales de El Greco en la catedral de Toledo y hacer la ruta de
Hemingway en The Sun Also Rises:
-Tú, Willy –dice entonces-,
deberías cuidarte más.
-¿Es muy destruido, tú?
-Aún no –dice-. Pero trata de no
caer más.
-Me cuidaré –digo.
El Negro me da una palmada en la
rodilla. Comprendo que ya se va. Saca una cajetilla de Marlboro a
Medio consumir y me la entrega.
Luego saca un dólar y también me lo da.
-Es todo lo que tengo –dice.
-Lo sé.
Simbólicamente, en aquellas visitas (reales) que hacía al hospicio donde
estaba internado Guillermo Rosales, y que inspiraron pasajes de Boarding Home, Esteban Luis Cárdenas
asistía a una revelación de su futuro, pues pasaría los años siguiente, con
algunos intervalos, en instalaciones similares, para finalmente acabar en una
de ellas. La diabetes avanzada y las secuelas de sus accidentes, además de acentuar
su limitación de movimiento, le dificultaban escribir. Por ello en la mayoría
de los poemas del que sería su último libro, Transfiguración, el lenguaje simula cierta mutilación. El desorden
de palabras en la página es solo a primera instancia caótico, pues Cárdenas
insiste, de una manera más esencial –no le queda más remedio tampoco, apenas
puede esbozar notas en una letra de molde muy accidentada-, en compartir sus
preguntas y descubrimientos, ya que verdades, no puede alcanzar nunca en un
mundo ya de por sí difícil de percibir, como el d Split-Fingers: “Punteos sensoriales,/ resonancia
electro/magnética./ -Bitácoras,/ ciclajes tecnológicos,/ Internet,/ explanación…”, más aún, cuando se ha tenido una
existencia en constante litigio con vaticinios y destinos signados, razón de
sus Versos Antiguos de la Muerte: “y
luego, que torna en trizas/ a los entes –si la entorpecen-,/ regresa al
templo…” Así recurre a la cursiva para enfatizar el significado de determinados
conceptos: grieta, identidad, reiteración
insular, existencia propia, tiempos disueltos, encantamientos, ninguna parte,
trono de cenizas, que a veces se componen entresacando las palabras
destacadas: la realidad se esfuma,
existencia clama sueño dicho.
De su etapa en Cuba, durante la presentación de Transfiguración en Mayo de 2008, Esteban Luis Cárdenas resumía que
su mayor enfrentamiento había sido su propia honestidad. Fuese por el análisis
de los sucesos pasados (en uno de los Proverbios
de su libro recoge: “El que no entiende,/solo empuña/amargor”) o por una
actitud (en Victimizar plantea: “Permanecer/ en constante evocación,/
inclínase/ a/ desvanecimientos/ bisoños”) mostraba haber desterrado cualquier
resentimiento al reconocer que “no es obligatorio que el dolor sea absoluto”.
Al joven entusiasmo por la vida que su hija Addis Annia le mostraba en una
carta, el padre oponía un remedo de refrán: “El que mucho quiere, poco abarca”,
y le agregaba: “Tal vez es poco atrapa”,
conformismo ausente de su poema Congeniar,
en el que es capaz de proclamar su finalidad como escritor: “Como posee sabor a
fuego,/mi lengua de metal, no tendrá/ el gusto perverso del rejuego,/ porque,
en presta entonación divulgaré/ cantos de libertad por todas/ las abejas”.
Para agosto de 2008 Esteban Luis Cárdenas apenas salía del home donde residía en Hialeah. Su único
contacto con el mundo exterior prácticamente era por vía telefónica. Los pocos
que lo llamaban debían tener algo de paciencia, pues el teléfono quedaba algo
distante de su habitación, y él caminaba con lentitud. A través del poeta
George Riverón, editor de Transfiguración,
establecí contacto con Esteban Luis Cárdenas y él aceptó a que lo entrevistara.
No sabré jamás si habría resultado de ello una buena o mala entrevista, ni
siquiera lo conocería o trabaría relación con él. En el quizás desmesurado
cuestionario de cincuenta preguntas que hice llegar a Riverón para que se lo
leyera y grabara las respuestas, interpelaba a Esteban Luis Cárdenas sobre
aspectos específicos de sus libros y su vida:
¿Tiene la capacidad de refugiarse en sus orígenes y el silencio durante
los estremecimientos?
Siempre me refugio en mis
orígenes. Mi obra es el producto de todo lo que he vivido, de todo lo que a
diario vivo. Puede que mucha gente no lo entienda, pero es que mi vida, a
veces, es difícil de entender. Soy un hombre del silencio, él está por todas
partes, es lo que me queda.
¿En qué momentos considera que la circunstancia le ha impuesto el
contenido a su poesía?
Toda mi vida ha estado basada en
circunstancias y mi poesía es mi vida.
¿Qué demonios le ayuda a exorcizar la poesía?
Hay
tantas cosas que me obligan a escribir. Los recuerdos, la soledad, el dolor, la
muerte tantas veces tocando a mi puerta.
¿De qué le es imposible sustraerse al poeta que “cuenta sus limosnas” aun cuando “piensa/ en Altamirano, en los
carruajes griegos/ y en la frondosidad de Africa”?
De la realidad. Es imposible
alejarse de la realidad. Yo soy un poeta de la realidad, que no es la realidad
de todos. Mi realidad es el pasado y el presente a la vez, es que los dos van
juntos y ya nada puede separarlos.
¿Qué atmósfera necesita para escribir?
He
aprendido a escribir en todas las circunstancias. Al principio me costaba abstraerme
en el bullicio de los otros, pero el contexto te obliga. Tengo mi propio tiempo
para escribir y ese no tiene horarios. Ya no es igual que antes, ahora necesito
paciencia porque las palabras van formando versos demasiado rápido en mi cabeza
y mi mano ya no le acompaña. Ahora la memoria es mi mano y mi hoja en blanco.
Tengo que repetirme varias veces el verso en la cabeza para poco a poco irlo
escribiendo. Mi físico me va abandonando, pero la poesía jamás.
Esteban Luis Cárdenas solo alcanzó a responder estas cinco preguntas en la
primera semana de diciembre de 2008. A mediados de ese mes, desapareció.
Después de una larga búsqueda, a finales de marzo siguiente recibí un correo de
Carlos L. Velazco, mi padre, que empezaba: “Encontré a ELC”. Cárdenas
permanecía ingresado en el hospital Jackson de Miami. Había costado trabajo dar
con él.
La tarde del 2 de abril de 2009, Carlos L. Velazco pudo
visitar el Ala Sur del Jackson. Estaban Luis Cárdenas ocupaba la habitación
512. Producto de un severo derrame cerebral (stroke), ya no podía hablar, y
apenas comunicarse. Aún así, las enfermeras recomendaban hablarle, pues
entendía, reaccionaba cuando se dirigían a él y se esforzaba por comunicarse,
sin conseguirlo. Pero jamás
recibía visitas.
“Así que creo se acabó el capítulo de ELC y de una forma bien triste”,
terminó Velazco su correo. No obstante, aunque la salud no lo acompañaba en lo
más mínimo, Esteban Luis Cárdenas moriría el 8 de agosto de 2010, después de
resistir dieciséis meses. Osain es capaz
de alejar a la Ikú. Las tantas antologías y selecciones que no lo incluyen
y que ningún crítico hay atendido su obra en Cuba, no hace más que recordarnos esos
casos en que exponentes vitales y genuinos de una literatura permanecen fuera
de lo que se entiende como el inside de
la cultura. Con sus cuatro libros Esteban Luis Cárdenas logró alejar
definitivamente a la verdadera Muerte para un escritor: el no escribir. En
verdad su capítulo no ha terminado. Porque nunca se sabe.
CARLOS VELAZCO (La Habana 1985). Periodista y editor. Su ensayo “Alguien
tiene que angustiarse por René Jordán” fue incluido en el volumen de
conferencias Escritores olvidados de la
República (2012).
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