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Wednesday, May 29, 2013

Esteban Luis Cárdenas, Patakí


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Esteban Luis Cárdenas, Patakí

 

Carlos Velazco

 

Sobran las leyendas de Esteban Luis Cárdenas una vez que llegara a La Habana procedente de Ciego de Avila en 1963, con dieciocho años, para estudiar en la Universidad. Una de ellas es la de su expulsión de la carrera de Historia tres cursos más tarde, por manifestar ideas en aquel momento interpretadas de “antisoviéticas”. Otra es la de su etapa de servicio militar, cuando al terminar la preparatoria, se negó a jurar la bandera apoyándose en la frase de Marx “los proletarios no tenemos patria”. También está la de su perdido libro de cuentos Juego de diversos, finalista en 1975 del concurso “Luis Felipe Rodríguez” de la UNEAC –por la época en que su autor trabajaba en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional- que jamás llegó a publicarse, y la asiduidad a la célebre Tertulia de la Funeraria en el parquecito de Calzada y K, durante esos años que definió “de esguinces literarios” en su poema Década oscura, y que conseguían preservar para la cultura cubana la autenticidad propia de los jóvenes.

 

Inadaptado a cualquier tipo de convención, con su rebeldía Esteban Luis Cárdenas buscaba ese desarraigo que le permitiese preservar un espacio personal frente a una realidad que atentaba contra el yo. En su poema Balada del cazador, de 1975, decía: “has escapado a los más veloces arcos,/ ya has cumplido tu rol”; y a propósito de su relación por esa fecha con una becada extranjera (la cual recordaría siempre como una historia triste) escribía en 1979 Subjetivación, dedicado “a Marta, la eslovaca”: “Aquí fue un sueño;/ al borde del océano, entre los pinos,/ en algún cuarto viejo, sin lámparas, ni muebles,/ solo con alma y lecho…”

 

Casi ignorado es que poco antes de su peculiar intento de salida de Cuba en 1978 (al punto de ser recogido por Reinaldo Arenas en Antes que anochezca), Cárdenas, acompañado de su hermano Diosdado y de su amigo Jacinto Muñiz, había acudido a pedir el consejo de un babalawo. A Esteban Luis Cárdenas Junquera lo dominaba una obsesión: irse. Uno de sus alocados proyectos, quizás verosímil para él, consistía en inflar muchos condones y conformar así un globo aerostático que lo levantase en peso. Desde meses antes, junto a un conocido de apellido Colás, había tratado de vender algunas pertenencias –entre ellas, en cincuenta pesos, un libro difícil de conseguir entonces: Ulyses- para dejar algo de dinero al la madre de su pequeña hija Addis Annia, aunque no es improbable que haya pensado salir con una modesta suma del país. Después de escucharlo, el babalawo solo le advirtió: “Si te vas, serás Osain”.

 

La “solicitud” de asilo político de Esteban Luis Cárdenas consistió en saltar del balcón de un tercer o cuarto piso de un edificio colindante con la embajada argentina. Alcanzó el suelo con varias fracturas en el cuerpo y los tobillos destrozados, lesiones de las que nunca se recuperaría. Devuelto por el personal de la embajada a las autoridades cubanas, debió ser llevado inmediatamente al hospital Calixto García para su ingreso. Osain es el orisha mayor de un solo brazo y una sola pierna… Condenado a quince años de prisión, su caso sería incluido dentro de un plan de indultos a fines de 1979, por lo que saldría de Cuba en enero de 1980.

 

Suele decirse que en Miami Esteban Luis Cárdenas padeció la pobreza, pero el término más preciso para él seria “miseria”, sumado a dos accidentes de tránsito, uno a inicios de la década del ochenta y otro a comienzos de los noventa, que afectaron aún más su capacidad de movimiento y le provocaron serios problemas de la vista. Osain es el orisha mayor de un solo brazo y una sola pierna, un solo ojo y una oreja chica y otra grande.

 

Aunque en Cuba había sido leído entre sus amigos más por sus cuentos que por sus poemas, a partir d su llegad a Estados Unidos, y más específicamente, tras la publicación en 1993 de su primer libro: Cantos del centinela, Esteban Luis Cárdenas será identificado como poeta. “Una poesía –a decir de Reinaldo García Ramos- de la existencia; que le interesa reflejar lo que trasciende en esa vida diaria: resumir, sintetizar”.

 

Su segundo poemario: Ciudad mágica, aparecería en 1997 en las Editions Deleatur de Ramón Alejandro, ilustrado con dibujos del pintor. Fue un ejemplar de este volumen el que hizo llegar a su hija Addis Annia con la dedicatoria: “Espero que te gusten estos versos, aunque según muchos, los de mi primer libro son mejores”. A punto de cumplir los veinticinco años, Addis Annia le había escrito por primera vez a un padre con el cual nunca había tenido contacto. En la primera respuesta del 12 de noviembre de 2000, este le confesaba: “Muchacha, tu carta, aunque hace más compleja mi enredada existencia, me alegró…”

 

La segunda sección “Ciudad mágica” da título al libro, y aquí el calificativo adquiere otras connotaciones, pues desde el poema Flash, la ciudad es más “mágica” precisamente por lo que tiene de “afilada”, o sea, de cortante. Al igual que Osain salió de la tierra como la hierba, la poesía de Esteban Luis Cárdenas surge de su existencia cotidiana al límite en el bajo mundo miamense que refiere en Barrio: “Barrio/ de estibadores, de drogadictos y noctámbulos,/ Se ven jardines apretados. Barcos/El olor activo y resinoso del río;/ Figuras esbeltas, misterios”. Se trata de poemas por momentos narrativos, en los que deja constancia, como en La luz de los pájaros, del desarraigo condicionado por el exilio: “Todo origen de las corrientes: cadáveres y/ sobrevivientes,/ ruinas del Golfo (memorias);/ como una invocación a la paz de los dioses,/ que entre el amor y el sueño,/ nos alejan”. Su introspección le permite la revelación del apocalipsis de una ciudad de “consignas, ferias y negocios” que insiste en transfigurar, a pesar de que como en Visitaciones del Atico y los espejos, esta no lo escucha: “Quien hilvana novelas o frescos,/ donde las escenas brotan para brindar/ una explicación (otro secreto),/ no podrá establecer la cifra en su sentido/ ni recibirá los brillos de las puertas”.

 

Esteban Luis Cárdenas volverá a su género inicial con Un café exquisito en 2001. Su “Introito”: “Un papel blanco para dibujar/ historias sin sentido –tal vez-/ o con el equilibrio del resto/ de los significados”, ayuda a comprender el volumen como un puzzle en el cada una de las partes, ya sean los cuentos o los poemas y las tres “Escenas” alternas, prevalece una conciencia del acto de escritura.

 

Las “escenas” no son más que la incidencia de la Ciudad Mágica en la imaginación, por ello la mujer enloquecida pregunta a gritos hacia cualquier parte: “¿No hay nadie?”, mientras a su alrededor caen los edificios de una urbe “intacta, en su derrumbe”. Las tres narraciones de “El General Marbas y El Escriba” adelantos de una novela nunca terminada permanecen inscritas en una tradición orwelliana y recogen los episodios de Sebastián del Cueto, sempiterno acompañante del caudillo. En “Sortilegio”, El Escriba es conducido por Marbas en una ensoñación pesadillesca, y en “Las uñas de Satanás”, conocemos que Del Cueto ha recibido el encargo de hacer una historia oficial, pero que en las madrugadas adelanta otra más personal y sincera, esa que según podemos deducir, estamos leyendo. Los relatos “Brtevedad del poeta antes de morir” y “Parábola” vuelven a la temática de la épica revolucionaria, pero desde un punto de vista inverso al asumido en la década del sesenta por Jesús Díaz, Norberto Fuentes y Eduardo Heras León. Respecto a los cuentos ubicados en el escenario underground de Miami: “Un café exquisito” fue adaptado al cine por el director Jorge Egusquiza; mientras “Alta Frecuencia” quizás sea el que más trasciende el testimonio de las vivencias del autor en las zonas “donde se mueve la droga entre desamparados, indios de la otra América, pordioseros, negociantes inescrupulosos y muchos tiradores de crack aunque, claro, más viciosos y fumadores que vendedores y también, por supuesto, autos de policías, soplones…” En medio de personajes como la prostituta puertorriqueña Verónica y su amiga, la ejecutiva Lucila, habituados a buscar piedras por la calle Flagler o a lidiar con cadáveres que hay que hacer desaparecer, Angelo, el marielito que trabaja como guardia en un cementerio, es un inadaptado: “aquí todo es dinero, egoísmo y falsedad. Esto es una mascarada y, aunque, a veces, uno pueda refugiarse en la soledad, eso, la soledad, es una cosa que va hiriendo en las entrañas…” dice. Por tal singularidad, su aspecto desagrada al expendedor El Brujo. No por gusto se le describe como “salido de otra parte” y termina sintiéndose mejor entre los muertos.

 

Como una tarde “mágica” recordaría siempre Esteban Luis Cárdenas su último encuentro con Reinaldo Arenas a fines de los ochenta. Carlos Victoria, Reinaldo y él se habían citado en un restaurante especializado en comida cubana, y durante la reunión que tuvo como epílogo la lectura junto al mar de uno de los capítulos de La travesía secreta de Victoria, sus dos amigos se complotaron en una trama que convenciera a Cárdenas de la falsedad de los rumores del sida padecido por Arenas. Arenas y Victoria en realidad no hicieron más que crear una fabulación dentro de la realidad, que como se entiende al revisar sus biografías, será el único terreno donde los tres escritores encontrarían siempre una tregua para adueñarse de sus destinos.

 

Cárdenas fue también uno de los poquísimos amigos cercanos al novelista Guillermo Rosales en Miami, hasta el suicidio de este en 1993. A esa profunda fidelidad que debía esquivar todos los continuos obstáculos levantados por una personalidad irascible, correspondió Rosales eternizándolo en su literatura. Son el negro Cárdenas y Charles Victoria (inspirado, como es obvio, en Carlos Victoria los personajes que al inicio del cuento “Nadie es una isla” ven malogrado su desayuno en el lijoso restaurante de la Esquina de Tejas ante el espectáculo de un mendigo que se da bofetadas a si mismo. La propensión de ambos a sensibilizarse con el lado ingrato del ambiente miamense radica en que figuras como ese individuo enloquecido constituyen el reflejo de su propia condición.

 

Igual de loosers son el Willian Figueras de la novela Boarding Home y su amigo El Negro, cuyas visitas cada una o dos semanas al infernal asilo son el único nexo del protagonista con la sociedad. Solo en esos momentos Figueras vuelve a ser un escritor: El Negro le lleva El tiempo de los asesinos de Henry Miller, un ejemplar de la revista Mariel, le comenta de la reciente muerte de Truman Capote y ambos sueñan con recorrer el barrio gótico de Barcelona, apreciar los originales de El Greco en la catedral de Toledo y hacer la ruta de Hemingway en The Sun Also Rises:

  -Tú, Willy –dice entonces-, deberías cuidarte más.

  -¿Es muy destruido, tú?

  -Aún no –dice-. Pero trata de no caer más.

  -Me cuidaré –digo.

  El Negro me da una palmada en la rodilla. Comprendo que ya se va. Saca una cajetilla de Marlboro a  

  Medio consumir y me la entrega. Luego saca un dólar y también me lo da.

  -Es todo lo que tengo –dice.

  -Lo sé.

 

Simbólicamente, en aquellas visitas (reales) que hacía al hospicio donde estaba internado Guillermo Rosales, y que inspiraron pasajes de Boarding Home, Esteban Luis Cárdenas asistía a una revelación de su futuro, pues pasaría los años siguiente, con algunos intervalos, en instalaciones similares, para finalmente acabar en una de ellas. La diabetes avanzada y las secuelas de sus accidentes, además de acentuar su limitación de movimiento, le dificultaban escribir. Por ello en la mayoría de los poemas del que sería su último libro, Transfiguración, el lenguaje simula cierta mutilación. El desorden de palabras en la página es solo a primera instancia caótico, pues Cárdenas insiste, de una manera más esencial –no le queda más remedio tampoco, apenas puede esbozar notas en una letra de molde muy accidentada-, en compartir sus preguntas y descubrimientos, ya que verdades, no puede alcanzar nunca en un mundo ya de por sí difícil de percibir, como el d Split-Fingers: “Punteos sensoriales,/ resonancia electro/magnética./ -Bitácoras,/ ciclajes tecnológicos,/ Internet,/ explanación…”, más aún, cuando se ha tenido una existencia en constante litigio con vaticinios y destinos signados, razón de sus Versos Antiguos de la Muerte: “y luego, que torna en trizas/ a los entes –si la entorpecen-,/ regresa al templo…” Así recurre a la cursiva para enfatizar el significado de determinados conceptos: grieta, identidad, reiteración insular, existencia propia, tiempos disueltos, encantamientos, ninguna parte, trono de cenizas, que a veces se componen entresacando las palabras destacadas: la realidad se esfuma, existencia clama sueño dicho.

 

De su etapa en Cuba, durante la presentación de Transfiguración en Mayo de 2008, Esteban Luis Cárdenas resumía que su mayor enfrentamiento había sido su propia honestidad. Fuese por el análisis de los sucesos pasados (en uno de los Proverbios de su libro recoge: “El que no entiende,/solo empuña/amargor”) o por una actitud (en Victimizar plantea: “Permanecer/ en constante evocación,/ inclínase/ a/ desvanecimientos/ bisoños”) mostraba haber desterrado cualquier resentimiento al reconocer que “no es obligatorio que el dolor sea absoluto”.

 

Al joven entusiasmo por la vida que su hija Addis Annia le mostraba en una carta, el padre oponía un remedo de refrán: “El que mucho quiere, poco abarca”, y le agregaba: “Tal vez es poco atrapa”, conformismo ausente de su poema Congeniar, en el que es capaz de proclamar su finalidad como escritor: “Como posee sabor a fuego,/mi lengua de metal, no tendrá/ el gusto perverso del rejuego,/ porque, en presta entonación divulgaré/ cantos de libertad por todas/ las abejas”.

 

Para agosto de 2008 Esteban Luis Cárdenas apenas salía del home donde residía en Hialeah. Su único contacto con el mundo exterior prácticamente era por vía telefónica. Los pocos que lo llamaban debían tener algo de paciencia, pues el teléfono quedaba algo distante de su habitación, y él caminaba con lentitud. A través del poeta George Riverón, editor de Transfiguración, establecí contacto con Esteban Luis Cárdenas y él aceptó a que lo entrevistara. No sabré jamás si habría resultado de ello una buena o mala entrevista, ni siquiera lo conocería o trabaría relación con él. En el quizás desmesurado cuestionario de cincuenta preguntas que hice llegar a Riverón para que se lo leyera y grabara las respuestas, interpelaba a Esteban Luis Cárdenas sobre aspectos específicos de sus libros y su vida:

 

   ¿Tiene la capacidad de refugiarse en sus orígenes y el silencio durante los estremecimientos?

 

   Siempre me refugio en mis orígenes. Mi obra es el producto de todo lo que he vivido, de todo lo que a diario vivo. Puede que mucha gente no lo entienda, pero es que mi vida, a veces, es difícil de entender. Soy un hombre del silencio, él está por todas partes, es lo que me queda.

 

   ¿En qué momentos considera que la circunstancia le ha impuesto el contenido a su poesía?

 

   Toda mi vida ha estado basada en circunstancias y mi poesía es mi vida.

 

   ¿Qué demonios le ayuda a exorcizar la poesía?

 

   Hay tantas cosas que me obligan a escribir. Los recuerdos, la soledad, el dolor, la muerte tantas veces tocando a mi puerta.

 

   ¿De qué le es imposible sustraerse al poeta que “cuenta sus limosnas” aun cuando “piensa/ en Altamirano, en los carruajes griegos/ y en la frondosidad de Africa”?

 

   De la realidad. Es imposible alejarse de la realidad. Yo soy un poeta de la realidad, que no es la realidad de todos. Mi realidad es el pasado y el presente a la vez, es que los dos van juntos y ya nada puede separarlos.

 

   ¿Qué atmósfera necesita para escribir?

 

   He aprendido a escribir en todas las circunstancias. Al principio me costaba abstraerme en el bullicio de los otros, pero el contexto te obliga. Tengo mi propio tiempo para escribir y ese no tiene horarios. Ya no es igual que antes, ahora necesito paciencia porque las palabras van formando versos demasiado rápido en mi cabeza y mi mano ya no le acompaña. Ahora la memoria es mi mano y mi hoja en blanco. Tengo que repetirme varias veces el verso en la cabeza para poco a poco irlo escribiendo. Mi físico me va abandonando, pero la poesía jamás.

 

Esteban Luis Cárdenas solo alcanzó a responder estas cinco preguntas en la primera semana de diciembre de 2008. A mediados de ese mes, desapareció. Después de una larga búsqueda, a finales de marzo siguiente recibí un correo de Carlos L. Velazco, mi padre, que empezaba: “Encontré a ELC”. Cárdenas permanecía ingresado en el hospital Jackson de Miami. Había costado trabajo dar con él.

 

La tarde del 2 de abril de 2009, Carlos L. Velazco pudo visitar el Ala Sur del Jackson. Estaban Luis Cárdenas ocupaba la habitación 512. Producto de un severo derrame cerebral (stroke), ya no podía hablar, y apenas comunicarse. Aún así, las enfermeras recomendaban hablarle, pues entendía, reaccionaba cuando se dirigían a él y se esforzaba por comunicarse, sin conseguirlo. Pero jamás recibía visitas.

 

“Así que creo se acabó el capítulo de ELC y de una forma bien triste”, terminó Velazco su correo. No obstante, aunque la salud no lo acompañaba en lo más mínimo, Esteban Luis Cárdenas moriría el 8 de agosto de 2010, después de resistir dieciséis meses. Osain es capaz de alejar a la Ikú. Las tantas antologías y selecciones que no lo incluyen y que ningún crítico hay atendido su obra en Cuba, no hace más que recordarnos esos casos en que exponentes vitales y genuinos de una literatura permanecen fuera de lo que se entiende como el inside de la cultura. Con sus cuatro libros Esteban Luis Cárdenas logró alejar definitivamente a la verdadera Muerte para un escritor: el no escribir. En verdad su capítulo no ha terminado. Porque nunca se sabe.

 

CARLOS VELAZCO (La Habana 1985). Periodista y editor. Su ensayo “Alguien tiene que angustiarse por René Jordán” fue incluido en el volumen de conferencias Escritores olvidados de la República (2012).

 
NOTA: Esto es una transcripción del artículo aparecido en el número 78 de la revista Unión, 2013. Páginas 84-89. Velazco es el jefe de redacción de dicha publicación. En las páginas siguientes del número hay una selección de poemas y cuentos de Cárdenas

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